INFRAMUNDO PURÉPECHA: UARICHAO
UARICHAO
Para hablar de la muerte y los muertos entre los tarascos es necesario hacer un breve análisis sobre la concepción de estos fenómenos y las diferentes manifestaciones que han tenido en el desarrollo histórico de este pueblo. Por principio, es importante señalar que las ideas sobre “el más allá'', "la otra vida", "el premio o castigo", así como la veneración, el respeto y el recuerdo a los difuntos, están muy arraigados entre los purépechas.
Es evidente que la invasión española y la conquista
espiritual llevada a cabo por las diferentes órdenes religiosas que llegaron a
América dieron como resultado un rico sincretismo religioso, en donde el
concepto indígena sobre la muerte se conjuga con las ideas cristianas.
UIRUCUMANI: YACER EN SILENCIO
Para los antiguos tarascos, con la vida alcanzaban su fin con la muerte. En lengua purépecha, morirse se dice uirucumani, literalmente ”yacer con Uhcumo" o "yacer en silencio". Concebían el universo en tres partes: la primera, Avándaro, correspondía al firmamentado, la segunda, Echerendo, se encontraba en la tierra y la tercera, Cumiehchúcuaro, pertenecía a la región de los muertos, localizada debajo de la tierra. cada región estaba habitada por diferentes dioses: en el firmamentado los dioses estaban representados por los astros y las aves, y en las dos restantes, los dioses terrestres y la muerte tenían apariencia de hombres y animales.
La deidad más importante era el fuego, Curicaueri,
de ahí que toda la vida religiosa girara en torno a las hogueras. En ellas se
quemaba todo tipo de ofrendas y salía el humo que subía a los cielos, humo que
era el contacto entre los seres humanos y la divinidad. El cazonci era
el supremo sacerdote y el representante de dios en la Tierra; por ello su
cadáver merecía el honor de ser quemado como ofrenda máxima al fuego y,
probablemente, también para reincorporado a su calidad de ser omnipotente.
Entre los tarascos la muerte por sacrificio presentó dos formas: una vergonzosa, que se daba a los
criminales, y otra honrosa, que se ofrecía a los dioses. En la primera se daba
un golpe en la nuca del transgresor, en cumplimiento de una orden emitida por
un alto funcionario o por mandato expreso del cazonci, cuando
se trataba de reos de lesa majestad.
La segunda muerte se aplicaba por lo general a los
prisioneros de guerra y se acompañaba con grandes ceremonias. Según los
antiguos purépechas, en este caso eran los dioses quienes ofrecían la muerte y
esta forma de morir se consideraba incluso más digna que la ocurrida en el
campo de batalla. Quien dirigía esta ceremonia era el sacerdote del Sol,
representante de Venus, y los cuatro ayudantes encarnaban a las deidades de los
cuatro puntos cardinales, de las cuatro partes del mundo.
Una vez consumado el acto, el cadáver era arrastrado
hasta un armazón de madera, llamado en náhuatl tzompantli y en
tarasco eraquarécuaro, en
donde se colocaban las cabezas de las víctimas. Se tomaban pedazos de carne de
la parte restante del cuerpo, los cuales se cocían junto con maíz y frijol y se
comían con gran reverencia en un acto de comunión, pues la carne de la víctima
deificada daba fortaleza a quienes la comían y les hacía partícipes de la
divinidad. En la Relación de
Michoacán (cuyo nombre completo es Relación de
las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios
de la provincia de Michoacán, escrita en 1541), la fuente más
importante para el estudio de la historia prehispánica de los tarascos se
relata que el gobernante llamado Tariácuri mandó matar a un espía de un señor
enemigo y le envió la carne diciendo que era de un sacrificado. Cuando aquel
señor la estaba comiendo, los enviados le dijeron la verdad y él la vomitó por
el asco que le produjo. Esto indica que posiblemente la antropofagia practicada
por el pueblo tarasco sólo se hizo con fines rituales.
Para los tarascos, el mundo de los muertos,
localizado en el interior de la tierra, era considerado como un lugar de
deleites, en el cual moraba el dios de la muerte, señor del paraíso
subterráneo. Sin embargo, también se creía que ahí reinaba la negrura o por lo
menos la sombra, tal vez por el nombre que le dieron: Pátzcuaro, literalmente
"donde se tiñe de negro", es decir, "donde todo se torna
negro" o "donde reina la sombra", seguramente por el hecho de
estar bajo tierra.
Algunos estudiosos piensan que es probable que este
lugar estuviera dividido en regiones y categorías distintas y que la entrada
fuera el lago de Pátzcuaro, cuyo nombre completo era
Tzacapu-Amocutin-Pátzcuaro, que significa "donde están las piedras en la
entrada, en donde se hace la negrura".
El reino de los muertos también era conocido como
Cumiehchúcuaro, "donde se está con los topos". Esta región estaba
gobernada por Uhcumo, "topo” o "tuza", el dios que "tapaba
la entrada o la boca con las manos". Esto coincide con la costumbre de ese
animal de tapar el acceso a las galerías subterráneas con un montón de tierra.
El lugar de los muertos posiblemente se localizaba al sur del territorio
tarasco, en el área conocida como Tierra Caliente, por ser la zona donde
habitan los topos devoradores de los plantíos de palmas.
El Uarichao era el “lugar de las señoras”, al que
iban las mujeres que morían en el parto y donde gobernaba el señor Thiuime,
“ardilla negra”, dios de la guerra.
En general, los tarascos consideraban a todos a todos los animales que vivían debajo de la superficie terrestres como representantes de los dioses de la muerte, sobre todo a los que comían raíces, como los topos y a otros que causaban la muerte de las plantas.
APARIENCIA DE UARICHAO
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